domingo, 8 de marzo de 2009

EL AGRESOR Y LA VICTIMA

“¡Devuélveme la llave!” Le exigió Élida, con furia en su voz, así era como se sentía.
“¡Qué loca que estás!”¿Dónde quieres que vaya a dormir?. No tengo dónde ir.”
“No me interesa. ¡Devuélveme la llave!”.
“Sosiégate o .....”
“¿O que?”
“O esto....” Le lanza un puñetazo al rostro.

Élida, dolorida, toma una silla, lo golpea, él intenta golpearla otra vez, pero ella lo mantiene a distancia como un domador a un león. Ella está realmente furiosa y no le teme. Después de no saber cuánto tiempo ha transcurrido, él se rinde y arroja la llave. Se va dando un portazo.

“Jamás lo perdonaré, después de toda la humillación que he pasado por su culpa”.

Gilberto, un artista, un hombre sensible, que sabía sentir y crear con exquisito gusto sus pinturas, sin embargo había reaccionado como un vulgar macho agresor. Hacía seis meses que había ido a Buenos Aires a arreglar una exposición de sus cuadros.
Ocho años que vivía en pareja con Élida, desde que la hija de ésta tenia cinco años. Había vuelto de Buenos Aires, apestado y contagiado a Élida y ésta tuvo que sufrir la humillación de tener que ir a curarse en la sociedad médica y contestar tantas preguntas y aún tener que decirle a su compañero que fuera a curarse.

A los pocos días del incidente, un amigo común, la citó en su casa para que tuviera una conversación con Gilberto, pues tantos años de convivencia, merecían una oportunidad. Élida fue esperanzada, pensando que él estaría arrepentido. Cuando oyó cómo se justificaba, comprendió que ya no había posibilidad de arreglo.

“Le pegué para sosegarla. Nunca pensé que la petisa iba a reaccionar de esa forma”.

Élida se pregunta: ¿Por qué un hombre se siente con el derecho de pegar a una mujer y es para él lo más natural?.

Comprendió entonces que no importaba a qué clase social perteneciera, así fuera un hombre culto, sensible o ignorante o bruto, el hombre golpeador no razona y se cree con el derecho natural de maltratar a la mujer. Domina la situación por miedo. ¿Esto lo hace sentirse superior?

A partir de entonces Élida se asesoró con una amiga y compañera de trabajo, que era asistente social, quien le aconsejó que nunca lo viera a solas, menos aún en la casa, que siempre lo hiciera con un testigo: nunca se sabe cómo puede un hombre violento reaccionar. Que le permitiera ver a la niña, ya que se había criado junto a él y lo extrañaba, pero que fuera otra persona quien la llevara, no ella.

Élida cumplió con todos los consejos de su amiga. Pasando el tiempo supo que Gilberto se había casado, lo cual le dio tranquilidad y la oportunidad de comenzar una nueva vida.

Susana

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